
Hay lugares que no envejecen… solo esperan que alguien vuelva a encender su historia.
En Coronda, Santa Fe, una ciudad repleta de historia, una esquina resiste al olvido. Un viejo almacén de ramos generales mira el paso del tiempo como quien ya lo venció. Allí se mezclaron jinetes , inmigrantes, partidas de truco y secretos de barrio… Y un día, también, las luces del cine argentino.
Fue aquí donde un joven llamado Roberto Sánchez, con apenas veinteañero, se transformó por primera vez en Sandro «El Gitano». Allí, durante el rodaje de “Tacuara y Chamorro, pichones de hombre” (1967), fue dirigida por Catrano Catrani y basada en los cuentos del santafesino Leopoldo Chizzini Melo.
Siguiendo caminos explica que, esta es una historia simple y profunda donde dos chicos, una estancia, travesuras, amores y un perro fiel traban historias del lugar Una película que respiraba campo, amistad y sueños… como si Disney se hubiera perdido por los caminos del Litoral.
Por otro lado, el estreno fue mágico —y a oscuras—, porque un corte de luz postergó la función 24 horas. Y cuentan que Sandro caminó las calles de Coronda, cenó en Gardelito, rió en Costa Azul y dejó, sin saberlo, una chispa de eternidad.
La direción queda en Bv. Oroño y J.J. Paso, Coronda.
El almacén sigue ahí, firme, con sus puertas cerradas soñando con las cámaras, con otro sueño, otra historia. Porque hay esquinas donde el tiempo se detiene… y la leyenda comienza.




