Entre avenidas y autopistas, existe un oasis verde que desafía el ruido de la ciudad. El Parque Bosque Alegre, en pleno corazón de Buenos Aires, es un rincón casi escondido que merece ser redescubierto.
A pesar de estar rodeado por arterias clave como la Avenida Costanera Rafael Obligado, la Avenida Sarmiento, Jerónimo Salguero y la Autopista Illia, el Parque Bosque Alegre sigue siendo un lugar poco explorado por la mayoría de los porteños. Quienes caminan sin apuro, quienes se atreven a desviar el rumbo o quienes simplemente se detienen a mirar más allá del cemento, descubren un espacio que, fiel a su nombre, contagia paz.
«Este parque tiene algo especial: no es solo un espacio verde, es una pausa en el tiempo. Parece que el ruido se queda fuera, como si las avenidas lo rodearan para protegerlo, no para aislarlo», me dijo una vecina que lo visita casi a diario con su perro. Me lo dijo con una sonrisa, la misma que uno siente cuando pisa ese césped libre de pretensiones, pero lleno de vida.
El pulmón que respira entre autopistas
Bosque Alegre no es solo un espacio verde más del enorme y diverso ecosistema de Palermo. Es un parque que resiste el anonimato, a pesar de estar en uno de los barrios más transitados y urbanizados de la ciudad. A lo largo de mis recorridas por la zona, encontré que este parque tiene varias características que lo vuelven único:
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Su ubicación estratégica, rodeado de avenidas claves y a pocos metros del Aeroparque Jorge Newbery, lo convierte en un respiro para quienes llegan o se van de la ciudad.
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Un acceso subestimado: al no contar con cartelería visible ni puntos de referencia conocidos, muchas personas lo pasan de largo sin saber que ahí, detrás de unos árboles, hay un parque esperando.
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Flora y fauna autóctona: especies como ceibos, jacarandás y tipas conviven con aves urbanas que encuentran en este rincón un hábitat menos perturbado.
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Infraestructura simple pero funcional: bancos, senderos de tierra, y zonas sombreadas invitan a la lectura, el picnic, la contemplación.
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Bajo nivel de intervención: sin rejas ni excesos de urbanismo, el parque mantiene una identidad más silvestre, más libre, más real.
Este terreno, que alguna vez fue parte del antiguo sistema de parques diseñado por Carlos Thays, quedó marginado de los grandes circuitos turísticos y de eventos. Y eso, lejos de ser una desventaja, lo volvió especial.
Un espacio con nombre y alma
El nombre Bosque Alegre no fue impuesto por una ordenanza ni figura en los mapas oficiales con la pompa de otros parques. Pero su uso popular lo bautizó con acierto. Hay una alegría serena en ese lugar. Una que no necesita multitudes para sentirse viva. Mientras otros espacios del barrio están colmados de runners, ferias, recitales o food trucks, en Bosque Alegre hay silencio, hay perros sueltos, niños en bicicleta y adultos que, simplemente, caminan sin apuro.
«Este es el parque donde vengo a pensar. Me crié en Palermo, y recién hace un par de años me animé a entrar. Fue como abrir una puerta a otro tiempo», me contó un vecino de más de 70 años, mientras descansaba bajo la sombra de una tipa gigante.