
Un joven de 24 años fue brutalmente golpeado en Palermo por su orientación sexual y terminó con la mandíbula fracturada en dos partes.
El caso de Juan Sabín expone no sólo la violencia desatada en la madrugada porteña, sino también una escalada de agresiones homofóbicas que organizaciones y especialistas advierten como alarmante.
“Me tiró al piso y me pegó dos patadas en la cara. Sentí que se me vino el mundo abajo”, relató Juan, todavía convaleciente, en diálogo con la prensa. Con voz cansada pero firme, insiste en que su historia no quede en silencio: “Lo cuento porque no quiero que le pase a nadie más”.
La noche que debía ser apenas una salida con amigos terminó en una pesadilla. Juan había ido al boliche Rheo con un compañero de Estados Unidos. El clima se quebró cuando este recibió la noticia de la muerte de su abuela y, en estado de shock, decidió retirarse.
Ya en la calle, mientras pedían un auto en el Paseo de la Infanta, dos jóvenes comenzaron a burlarse de los sollozos del visitante. Juan no soportó la burla y reaccionó. Fue entonces cuando uno de los agresores lanzó la frase que heló a todos: “Dejámelo a mí, yo siempre quise pegarle a uno de estos”.
El desenlace fue inmediato: golpes, patadas y una mandíbula destrozada. La hemorragia no lo hizo perder el conocimiento, pero lo obligó a una carrera contra el tiempo.
El taxi que debía llevarlo a su casa cambió de rumbo y lo depositó primero en el hospital odontológico José Dueñas y luego en el Piñero, donde recibió el diagnóstico: fractura doble de mandíbula y la necesidad urgente de una cirugía maxilofacial con placas de titanio. El presupuesto: siete millones de pesos.
El miedo a perder la vida en medio de la hemorragia fue lo primero. Lo segundo, la incertidumbre económica. En medio de la confusión, Juan llamó a su madre, que lo acompañó desde ese momento en su recuperación en la casa familiar de Malvinas Argentinas.
La urgencia médica fue cubierta gracias a la solidaridad: tras contar su caso en redes sociales, recibió una ola de donaciones que le permitió reunir el dinero en pocas horas.
“No puedo más que agradecer. Me escribieron desconocidos, me ayudaron personas que jamás vi en mi vida. Eso te da esperanza en medio del horror”, aseguró. Sin embargo, la operación no borra las marcas psicológicas ni el recuerdo del ataque.
Lejos de ser un hecho aislado, la golpiza a Juan Sabín se inscribe en una tendencia que las organizaciones vienen denunciando con fuerza. Según Amnistía Internacional Argentina, un 31% de las personas LGBTI+ en el país sufrió agresiones en la vía pública por parte de vecinos o desconocidos.
El Observatorio Nacional de Crímenes de Odio LGBT+ aportó cifras alarmantes: en apenas seis meses de 2024 ya se había registrado el 72% de los casos de todo el año anterior.
Los ataques no son esporádicos ni improvisados: más de la mitad incluyeron golpes feroces, y muchos otros derivaron en puñaladas, abusos o disparos. La saña, explican los especialistas, es parte del mensaje: disciplinar, marcar y atemorizar.
El ex presidente de la Federación Argentina LGBT y actual diputado nacional, Esteban Paulón, señaló que los discursos oficiales del gobierno de Javier Milei habilitan un terreno fértil para la violencia.
Recordó la eliminación del Ministerio de Mujeres y del Inadi, así como declaraciones de funcionarios que deslegitiman derechos conquistados. “Cuando desde arriba se naturaliza el odio, en la calle se traduce en golpes”, advirtió.
Mariela Belski, directora de Amnistía Internacional, fue categórica: “El Estado no puede mirar para otro lado frente a agresiones que dejan marcas físicas y psicológicas profundas. No se trata sólo de heridas en un rostro, sino de heridas sociales que buscan disciplinar identidades”.
A la par de la violencia, la respuesta social mostró su potencia. La solidaridad en redes, la ayuda económica y el acompañamiento colectivo contrastaron con la brutalidad del ataque. Sin embargo, las organizaciones remarcan que no alcanza con la empatía ciudadana: hace falta un Estado presente.
En la Ciudad de Buenos Aires existen instancias como la Defensoría LGBT, las Fiscalías especializadas en discriminación y la Dirección de Derechos Humanos.
Allí se pueden realizar denuncias y recibir asesoramiento. No obstante, especialistas advierten que las víctimas suelen desistir por miedo, desconfianza o revictimización en el proceso.
Lo que le pasó a Juan me interpela directamente. Como periodista y como ciudadano, no puedo narrar su historia sin pensar en la fragilidad con la que cualquiera puede quedar expuesto al odio.
A veces creemos que los avances en derechos son conquistas definitivas, pero hechos como este nos demuestran que se necesitan vigilias constantes y compromisos colectivos.
Hoy Juan se prepara para una cirugía que le devolverá la posibilidad de hablar y comer con normalidad, pero lo que nadie puede devolverle es la tranquilidad con la que salió de su casa aquella noche.
Lo único que puede mitigar ese vacío es la justicia y una sociedad que no naturalice la violencia. Porque, como bien repite él, contar lo sucedido es también una forma de defenderse. Y de defendernos todos.