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Catalina Dogan: La Sirvienta que descansa cerca pero no “Adentro”

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En una de las esquinas más silenciosas de la Recoleta hay una bóveda que habla sola. El mármol gastado, la herrumbre, la pintura vencida: todo parece conservar la memoria de una época en la que las distancias sociales no terminaban en vida… ni tampoco en la muerte.

Es la bóveda de los Sáenz Valiente, una familia poderosa del siglo XIX.
Comerciantes, terratenientes, aliados de los Rosas, protagonistas de una Buenos Aires marcada por privilegios y jerarquías.

Pero esta bóveda guarda una historia distinta: la de Catalina Dogan, una mujer negra, esclavizada primero, sirvienta después. Tras la abolición de 1813, muchos esclavos liberados eligieron quedarse trabajando con las familias que los habían poseído. Catalina fue una de ellos.

Cuando murió, en 1863, la familia decidió algo que, para la época, fue visto casi como un gesto “revolucionario”: permitirle ser enterrada con ellos.

Catalina descansa afuera, en una tumba simple, al borde de la bóveda, respetando incluso después de muerta la misma distancia social que había marcado toda su vida.

Su epitafio —breve, contundente, profundamente revelador— dice así:

“Fue en su humilde clase de sirvienta un modelo de fidelidad y honradez.”

Pero también un recordatorio de cómo la sociedad del siglo XIX ordenaba cuerpos, vidas y memorias.

En el cementerio más aristocrático del país, la historia de Catalina todavía susurra una pregunta incómoda:

¿Qué quiere decir “descansar en paz” cuando incluso la muerte mantiene sus jerarquías? © Cementerios.ar

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