Cuando Jorge Mario Bergoglio nació en Buenos Aires en 1936, nadie podía imaginar que aquel chico argentino se convertiría algún día en el primer Papa latinoamericano de la historia.
Eligió el nombre Francisco, en honor a San Francisco de Asís, y desde el primer día dejó claro su propósito: una Iglesia más cercana, más humilde y menos ligada a los privilegios.
Rechazó vivir en el lujoso Palacio Apostólico y prefirió la modesta Casa Santa Marta, dentro del Vaticano. Viajaba en autos simples y evitaba símbolos de poder. Su mensaje era claro: la Iglesia debía predicar con el ejemplo.
A lo largo de su vida, su fortuna personal nunca superó los 100 dólares. No tuvo propiedades ni cuentas bancarias, ni aceptó el salario millonario que le correspondía como Papa.
Su riqueza estaba en otro lugar.
Según Historias con Imágenes, Francisco marcó el mundo hablando de temas urgentes: la crisis climática, la desigualdad, los refugiados, la paz. Su encíclica Laudato Si’ puso a la Iglesia en el centro del debate ambiental global.
Durante la pandemia, promovió la solidaridad y apoyó acciones humanitarias en todo el planeta.
Al mismo tiempo, no temió enfrentar los problemas dentro de la Iglesia, combatiendo abusos, pidiendo transparencia y cuestionando estructuras de poder.
Al final, dejó un legado único:
El Papa que lideró una de las instituciones más antiguas y poderosas del mundo, pero que murió prácticamente sin nada.
Un recordatorio de que la verdadera grandeza no está en el lujo ni en el poder… sino en la coherencia, la humildad y el servicio a los demás.
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