
El Ministerio de Seguridad porteño lanzó “Comercio Cercano”, un programa que busca sumar a los almacenes, kioscos, panaderías y demás comercios de barrio como puntos de resguardo y acompañamiento para chicos y chicas que van o vuelven de la escuela, con un objetivo concreto: que ningún alumno quede desprotegido si atraviesa una situación de miedo, riesgo o emergencia en la vía pública camino al colegio.
“Garantizar la seguridad es nuestra responsabilidad, pero también necesitamos el compromiso activo de los vecinos, particularmente cuando se trata de proteger a los más chicos”, sostuvo el ministro de Seguridad, Horacio Giménez, al presentar la iniciativa.
El funcionario explicó que la propuesta apunta a “trabajar juntos con los comercios para que ellos también puedan, desde su lugar, fortalecer la protección que brindamos como Ciudad a quienes van todos los días a la escuela”.
La idea oficial es clara: el cuidado escolar ya no será solo una tarea de las fuerzas de seguridad, sino también una red comunitaria a escala de vereda.
El plan “Comercio Cercano” se integra a la red de Senderos Escolares que ya existe en la Ciudad de Buenos Aires y la expande. Hasta ahora, esa red estaba compuesta por recorridos vigilados que conectan las casas de los estudiantes con las escuelas.
A partir de ahora, incorpora también locales comerciales como espacios seguros donde cualquier menor puede entrar a resguardarse y pedir ayuda inmediata. Estos comercios estarán identificados con un sello distintivo en la vidriera, visible desde la calle.
Ese sello no será solamente un cartel: funciona como una señal pública de amparo. Adentro, habrá siempre un adulto responsable dispuesto a dar contención, calmar al chico o la chica, acompañarlo y activar el circuito de respuesta rápida.
Según datos oficiales, hoy la Ciudad tiene 392 senderos escolares activos que cubren el desplazamiento diario de más de 610.000 alumnos y alumnas que asisten a unos 1.700 establecimientos educativos, entre estatales y privados.
Es decir, hablamos de una escala masiva: cientos de miles de chicos se mueven todos los días a la misma hora —entrada y salida— en los mismos tramos de vereda.
El gobierno porteño asegura que la vigilancia cotidiana de esos corredores está en manos de más de 1.260 Agentes de Prevención, personal civil especialmente capacitado que no porta armas, y que opera en coordinación con la Policía de la Ciudad, las cámaras del sistema de videovigilancia y los equipos de emergencia.
La promesa es combinar presencia física en la calle, monitoreo tecnológico y capacidad de respuesta rápida.
El despliegue de estos agentes no es estático. El trazado de los senderos se ajusta de manera periódica en función de dos insumos que el Ministerio de Seguridad considera centrales: por un lado, las conversaciones que se mantienen con cada comunidad educativa, es decir, directivos, familias y docentes que van marcando zonas sensibles alrededor de cada escuela.
Por el otro, la información que surge del Mapa del Delito de la Ciudad, una herramienta de análisis georreferenciado que permite identificar dónde se registran hechos de inseguridad con mayor frecuencia.
En términos prácticos, esto implica que si un punto del barrio se volvió conflictivo en las últimas semanas —robos recurrentes, intentos de arrebato, acoso callejero—, el recorrido puede modificarse para priorizar zonas más seguras o reforzar presencia.
Ahora, con “Comercio Cercano”, se suma una capa más a esa malla de contención. La idea es simple y, al mismo tiempo, muy concreta.
Paso uno: identificar el local adherido. Cada comercio que forma parte del programa mostrará en su vidriera el logotipo de “Comercio Cercano”, visible para chicos, familias y docentes. Paso dos: entrar y pedir ayuda.
Si un alumno se siente perseguido, si tiene miedo, si está perdido, si sufrió una situación de acoso en la calle o si directamente tuvo una emergencia (desde un episodio de violencia hasta que se dobló un tobillo y no puede caminar), puede entrar al local sin necesidad de explicar demasiado.
Paso tres: conexión inmediata. El encargado del negocio tiene una línea de comunicación directa con el Cuerpo de Agentes de Prevención y con el 911, lo que acelera la intervención policial, sanitaria o de asistencia.
En términos de política pública, el programa apunta a construir una red de cercanía y responsabilidad compartida. No se trata solamente de prevenir delitos, sino también de ofrecer contención emocional en una situación que para un chico puede ser traumática, incluso si jurídicamente no es “un delito” todavía.
Un adulto que se detiene, escucha, pone el cuerpo y hace el llamado correcto puede marcar la diferencia entre una situación que se contiene rápido y un episodio que escala.
Eso incluye desde frenar un intento de bullying fuera de la escuela hasta acompañar a una nena que llora porque alguien la siguió a media cuadra.
En muchos barrios, el kiosquero, la farmacéutica de la esquina o la señora de la panadería tienen nombre y apellido para los vecinos: esa confianza es justamente la que el Gobierno porteño intenta institucionalizar.
El ministro Giménez insistió en que “proteger a quienes van a la escuela todos los días” requiere la participación de toda la comunidad.
Ese concepto —seguridad como tarea comunitaria, no exclusiva del Estado— viene ganando espacio en las ciudades grandes, sobre todo en escenarios donde las fuerzas formales de seguridad no alcanzan a cubrir cada rincón, y donde las familias demandan que los entornos escolares sean zonas especialmente seguras.
En este sentido, el programa busca que el comerciante deje de ser solo un testigo ocasional y pase a tener un rol activo, legitimado y respaldado por una estructura oficial. Eso incluye también capacitación básica: cómo contener, qué se debe y qué no se debe hacer ante un menor en crisis, y a quién llamar primero según el tipo de incidente.
El mecanismo de alarma es relevante porque promete inmediatez. En el esquema tradicional, ante una situación problemática en la calle, un menor dependía de encontrar a un adulto dispuesto a involucrarse, explicar lo que le pasa, y que ese adulto llame al 911.
En cambio, con “Comercio Cercano”, el circuito ya está prearmado: el comercio adherido sabe a quién llamar y se saltea parte de la burocracia emocional y operativa del momento. Si se trata de una emergencia médica, se activa el 911.
Si es una situación de hostigamiento o vulnerabilidad (alguien que sigue a una alumna, una pelea entre dos grupos de estudiantes), se da aviso directo a los Agentes de Prevención que patrullan ese sendero escolar. La Ciudad sostiene que esto puede reducir tiempos de respuesta y ampliar la capacidad preventiva.
Hay también una lectura barrial de fondo. Las grandes urbes tienden a volverse impersonales, y uno de los reclamos más repetidos por las familias de alumnos y alumnas en la escuela primaria es justamente la sensación de que “nadie mira”, que los chicos salen del colegio y quedan librados al azar de la calle.
El programa, en ese sentido, intenta reinstalar una lógica de barrio, casi de otra época: la del kiosco que “te conoce”, el verdulero que sabe a qué escuela vas, la farmacia que te da agua y llama a tu mamá.
Pero esta vez con respaldo institucional, con un protocolo acordado y con un canal directo con Seguridad. No es nostalgia vacía: es intentar que esa idea de “te cuidamos entre todos” vuelva a tener consecuencias prácticas en la vida urbana real de 2025.
Otro punto relevante es que la iniciativa está abierta y busca crecer rápidamente. Cualquier local que quiera sumarse puede hacerlo enviando un correo electrónico a la casilla oficial del Cuerpo de Agentes de Prevención (cuerpodeagentesdeprevencion_dgcocap@buenosaires.gob.ar).
El único requisito es estar ubicado dentro del área de influencia de un Sendero Escolar. Eso quiere decir: no es cualquier comercio en cualquier punto de la Ciudad, sino aquellos que efectivamente están sobre el recorrido habitual de los chicos.
Cada adhesión, remarcan desde el Ministerio, “amplía la red de cuidado y hace más segura la vida cotidiana de miles de estudiantes”.
En términos de escala potencial, si la adhesión de comercios crece en proporción al número actual de senderos (392), la Ciudad podría pasar de un esquema de patrullaje lineal a una trama de nodos de refugio a pocos metros de cualquier escuela.
Detrás de este anuncio también hay una discusión más amplia sobre qué entendemos por seguridad escolar hoy. No se trata solo de prevenir robos o arrebatos, sino de hacerse cargo de que los chicos y chicas también están expuestos a otras formas de violencia: acoso callejero, intentos de abordaje por parte de adultos desconocidos, peleas entre pares que se trasladan fuera de la escuela, consumo problemático a la vista, o incluso situaciones médicas repentinas.
En todos esos escenarios, un espacio seguro y un adulto que actúe como primer contenedor emocional y primer testigo confiable cambia la ecuación. La Ciudad apuesta a que “Comercio Cercano” funcione como ese primer eslabón de intervención temprana.
En el Ministerio de Seguridad sostienen que el programa no reemplaza a la Policía ni a los Agentes de Prevención, sino que los complementa.
La calle sigue estando bajo monitoreo con personal presencial —1.260 agentes civiles sin armas asignados a los corredores— más el soporte de cámaras y centros de monitoreo urbano. Pero ahora se suma una guardia barrial distribuida, reconocible y cercana a los propios chicos.
Para familias que sienten que el trayecto puerta a puerta entre casa y escuela es el momento más vulnerable del día, la señal que intenta dar el Gobierno porteño es que el barrio entero se convierte en una especie de “zona segura ampliada”.
Al final, lo que está en juego no es menor: hablamos de más de 610.000 alumnos que todos los días atraviesan el mismo ritual urbano —mochila al hombro, esquina ruidosa, semáforo que no respeta nadie, motos, vendedores, desconocidos— y que muchas veces lo hacen sin la compañía de un adulto.
El mensaje oficial, en ese contexto, es directo: si algo pasa en la calle, no estás solo, hay un lugar a metros donde podés entrar y alguien que sabe qué hacer.
 
		 
	