
La Legislatura porteña rindió homenaje al galerista Daniel Maman, quien fue declarado Personalidad Destacada en el ámbito de la cultura en un acto realizado en el Salón Dorado.
La distinción, impulsada por la diputada Patricia Glize, reunió a referentes del arte, la política y el mundo empresarial, consolidando así el reconocimiento a uno de los nombres más influyentes en la difusión del arte argentino de las últimas décadas.
“Este es uno de los reconocimientos más importantes del año que nos toca hacer”, señaló Glize al presentar el proyecto.
Con emoción, agregó que mencionar a Maman es sinónimo de “cultura, arte, proyectos e ilusión para un montón de pintores”, remarcando la figura del galerista como un puente entre generaciones de artistas y coleccionistas.
El evento no fue solo una ceremonia protocolar: representó la oportunidad de trazar un recorrido por la trayectoria de un hombre que empezó desde abajo y que, con esfuerzo y pasión, se convirtió en referente indiscutido del mercado del arte en el país.
La historia de Daniel Maman no se entiende únicamente desde el comercio, sino también desde la creación de espacios de visibilidad para los artistas, la generación de oportunidades en tiempos de crisis y la construcción de un lenguaje común entre el arte argentino y el público.
Con más de 45 años de trayectoria, Maman fue testigo y protagonista de los vaivenes de la cultura argentina. Su primera galería, Esmeralda, nació en 1983, cuando aún se respiraba el aire de la recuperación democrática.
Apenas cinco años después, en 1988, lanzó Man&Man, donde convivieron artistas consagrados como Quinquela Martín o Pettoruti junto con jóvenes talentos que buscaban su lugar en la escena. Esta mirada mixta, entre tradición e innovación, marcó una constante en su carrera.
En 2001, mientras el país se hundía en una crisis económica y social, Maman apostó a lo imposible: abrió una galería de más de mil metros cuadrados sobre la Avenida del Libertador, inaugurando aquel espacio con una muestra de Rómulo Macció.
Ese gesto no fue solo empresarial, sino también cultural y simbólico. En un momento donde todo parecía cerrarse, Maman abrió puertas. Su galería, Maman Fine Art, se convirtió en un faro para artistas contemporáneos que encontraron allí un lugar sin límites para exponer sus creaciones.
Las personalidades que lo acompañaron en la Legislatura —entre ellas el ministro Hernán Lombardi, el abogado y coleccionista Claudio Stamato, la politóloga Inés Etchebarne y el empresario Jacobo Fiterman— destacaron que el reconocimiento excedía lo personal y ponía en valor el rol de los marchands en la construcción de un ecosistema cultural sólido.
“La cultura es identidad, pero también futuro”, sostuvo Maman en su discurso de agradecimiento, recordando sus inicios cuando transportaba cuadros en colectivo.
Su trayectoria está ligada a coleccionistas de peso como Amalia Fortabat y Carlos Pedro Blaquier, pero también a jóvenes que confiaron en su mirada para dar sus primeros pasos.
Su aporte no solo fue comercializar obras: se trató de construir puentes, de ofrecer escenarios donde el arte argentino pudiera dialogar de igual a igual con las tendencias internacionales.
La figura de Maman permite abrir un debate sobre el rol del galerista en la sociedad actual. En tiempos donde las redes sociales y las plataformas digitales parecen democratizar la visibilidad, el galerista sigue siendo clave en la mediación entre el artista y el público, en la curaduría y en la capacidad de dar sentido y contexto a las obras.
Su historia personal —desde los inicios humildes hasta la consolidación de un espacio de referencia— es también la historia de muchos que creen en la cultura como motor de desarrollo.
La distinción de la Legislatura llega en un momento oportuno: la cultura necesita ser reconocida como parte central de la identidad porteña.
Buenos Aires se enorgullece de su vida cultural, de sus teatros, museos, librerías y galerías, y nombres como el de Maman forman parte de esa trama viva que sostiene a la ciudad como una capital artística de América Latina.
El reconocimiento no se limita a una placa o un diploma. Es también un mensaje a las nuevas generaciones de gestores culturales: que la pasión, la constancia y la apertura de espacios pueden transformar realidades, incluso en contextos adversos. El legado de Daniel Maman es prueba de ello.
El homenaje en el Salón Dorado fue, en definitiva, un acto de justicia cultural. Porque detrás del nombre propio, se reconoce una vida dedicada a dar visibilidad a otros. Y quizás allí radique la mayor grandeza de Maman: haber elegido siempre poner la luz en los artistas, para que su obra hable por todos nosotros.