
La segunda y última noche de Oasis en el Estadio Monumental fue mucho más que un recital: fue un reencuentro generacional, un estallido emocional y un recordatorio feroz de por qué la banda británica sigue marcando el pulso del rock mundial.
Con River Plate colmado hasta el último escalón, el grupo volvió a demostrar que su legado no se oxida y que su arsenal de himnos puede todavía sacudir a miles como si fuera la primera vez.
“Volvimos porque esto es historia”, repetían decenas de fans en las inmediaciones del estadio, una frase que terminó sintetizando la atmósfera que se respiró durante toda la jornada.
Desde primeras horas de la tarde, el barrio de Núñez vibró con banderas, cánticos y una ansiedad compartida que electrificaba el aire: todos sabían que estaban a punto de vivir un capítulo irrepetible.
Lo que ocurrió este domingo en River Plate fue una verdadera celebración del rock global, pero también una ceremonia profundamente argentina.
Oasis cerró su paso por Buenos Aires con un show poderoso, emotivo y repleto de momentos que quedarán anclados en la memoria colectiva.
Fue la continuidad del tour “Oasis Live 25”, una gira que ya agotó entradas en Reino Unido, Irlanda, Norteamérica, México y Australia, reafirmando que el reencuentro de los Gallagher no es solo un fenómeno nostálgico, sino una resurrección cultural de escala mundial.
Durante la tarde, las calles que rodean el Monumental se transformaron en una procesión musical. Había padres llevando a sus hijos adolescentes como quien entrega un legado; fans que habían estado en el primer show y regresaban por más; nostálgicos que los vieron en el ’98; y jóvenes que conocieron a la banda después de su separación pero que no querían perderse la oportunidad de verlos juntos al fin.
Se mezclaban camisetas, vinilos, tributos caseros, pancartas, y la convicción compartida de estar frente a una de las noches más grandes del año musical.
A las 22 en punto, River ya era un hervidero. Cuando sonó “We Love You” de los Rolling Stones como prólogo, el estadio explotó en una ovación que parecía anticipar la magnitud de lo que vendría.
Luego, la instrumental “Fuckin’ in the Bushes” marcó la entrada de la banda en medio de un impactante montaje audiovisual: titulares de prensa internacional, imágenes del reencuentro de los hermanos Gallagher, posteos de fans celebrando la vuelta a los escenarios.
La expectativa llegó a su pico cuando Liam apareció en escena con su postura inconfundible, detonando los primeros acordes de “Hello” y dando inicio a una noche sin respiro.
El setlist recorrió distintas etapas de su carrera, amalgamando hits inoxidables con canciones queridas por los fans de todas las épocas.
Himnos como “Supersonic”, “Morning Glory” o “Wonderwall” fueron coreados por un estadio que parecía avanzar hacia una única voz colectiva. La banda, afilada y compacta, navegó cada tema con una solvencia que confirmó que la química perdida había sido recuperada.
El propio Liam, entre gestos y breves comentarios, pareció disfrutar de la conexión con el público argentino, conocido mundialmente por su intensidad.
Uno de los momentos más emotivos llegó sobre el final, cuando empezó a sonar “Champagne Supernova”.
En ese instante, los fuegos artificiales comenzaron a iluminar el cielo porteño mientras miles de teléfonos capturaban un cierre que mezcló épica, nostalgia y una euforia difícil de replicar.
Fue la culminación perfecta para un show que consolidó el regreso de Oasis como uno de los acontecimientos musicales más relevantes de los últimos tiempos.
El tour ahora continuará por Chile y Brasil, pero lo que ocurrió en River Plate dejará una huella imborrable en la historia del rock en la Argentina.
No se trató solo de un concierto: fue una reafirmación cultural, un abrazo entre generaciones y una celebración de la banda que cambió el rumbo del rock británico para siempre.
Oasis volvió a Buenos Aires y entregó dos funciones que sintetizaron su grandeza: potencia, emoción y una comunión absoluta con un público que, una vez más, respondió con una pasión sin igual.
Lo vivido en River trasciende la crónica: queda inscripto en la memoria colectiva de quienes presenciaron un regreso que ya es parte del ADN musical argentino.


