
En una mañana cargada de emoción y reconocimiento, celebré el aniversario del Cuerpo de Bomberos de la Ciudad acompañando a quienes arriesgan su vida todos los días para resguardar la nuestra.
No fue una ceremonia más: fue la confirmación de que la seguridad porteña se sostiene en la entrega de hombres y mujeres que, más allá del uniforme, representan una vocación que atraviesa generaciones y mantiene viva la confianza de toda la comunidad.
Cada uno de ustedes, no sólo los 27 reconocidos, son héroes y parte fundamental de un equipo de seguridad que nos llena de orgullo, se escuchó con fuerza en la Usina del Arte, donde los aplausos marcaron el pulso de un homenaje que fue más sentido que protocolar.
Yo mismo percibí esa mezcla de orgullo, silencio respetuoso y emoción colectiva que sólo se produce ante quienes han dado más de lo que reciben.
A lo largo de estos nueve años, el Cuerpo de Bomberos de la Ciudad se consolidó como una pieza clave en el entramado de la seguridad pública porteña.
Con más de 1.900 efectivos activos y otros 164 en formación en el Instituto de Seguridad Pública (ISSP), el sistema se expande de manera sostenida, preparado para responder a emergencias que no esperan y que, en cuestión de segundos, ponen a prueba tanto la técnica como el coraje.
En lo personal, siempre me impresiona la disciplina silenciosa con la que se entrenan, conscientes de que un error puede significar vidas humanas.
Este año fue testigo de avances concretos en equipamiento y profesionalización. La Ciudad incorporó 340 nuevos equipos de protección estructural, 125 cascos de última generación y un simulador de incendios que reproduce condiciones extremas para entrenamientos más realistas.
Cuando escuché la explicación técnica sobre el funcionamiento del simulador, entendí que no se trata solo de sumar tecnología: es garantizar que cada bombero vuelva a su casa sano después de cada intervención.
Ese compromiso con el bienestar del personal también quedó reflejado en las palabras oficiales: “Cuidamos a quienes nos cuidan”, una frase que resonó como un mantra de gestión.
El acto reunió a autoridades del gobierno porteño, miembros de las Fuerzas Armadas, representantes del cuerpo diplomático y delegaciones de bomberos de distintos puntos del país.
Fue un encuentro amplio, casi una postal de unión institucional alrededor de una causa común: proteger la vida. Entre esos asistentes, uno de los momentos que más me atravesó fue el reconocimiento al Bombero Superior Santiago A. Debiassi, de la estación IX “Versailles”.
Su rescate de un niño de apenas un año y medio, en una vivienda donde el resto de las víctimas habían fallecido por intoxicación con CO2, dejó a muchos con la voz quebrada. No siempre los héroes llevan capa; a veces llegan con una camilla en brazos, corriendo contra el tiempo.
El listado de efectivos distinguidos este año es extenso, pero lejos de ser un mero protocolo, cada nombre representa una historia de esfuerzo: guardias interminables, intervenciones arriesgadas y noches en las que el humo no se va ni con la ducha más larga.
Desde tenientes y subtenientes hasta bomberos calificados y comandantes, todos recibieron un reconocimiento que, aunque simbólico, pone en valor una labor que suele darse por sentada hasta que ocurre la emergencia.
Más de una vez escuché relatos de intervenciones límite que confirman que la templanza y la solidaridad siguen siendo valores vigentes, incluso en tiempos donde todo parece acelerado y distante.
Las cifras oficiales del año también hablan por sí solas. Bomberos de la Ciudad realizó 22.019 intervenciones profesionales, de las cuales 6.031 correspondieron a incendios, 1.861 a salvamentos de personas y 245 a rescates de animales.
Cuando escuché esos números, pensé en cuántas vidas —humanas y no humanas— se modificaron para siempre gracias a estos equipos. También comprendí que detrás de cada estadística hay un rostro, una familia, una historia que pudo continuar.
Durante la ceremonia, el ministro de Seguridad, Horacio Giménez, destacó la madurez operativa del cuerpo: “Se ha consolidado como uno de los más modernos y preparados del país y de la región”.
Y mientras lo decía, repasé mentalmente imágenes de las últimas intervenciones difundidas en la Ciudad: rescates en edificios antiguos, maniobras en autopistas colapsadas, evacuaciones en barrios donde el humo parecía no dar tregua. Ese profesionalismo, entrenado día tras día, es lo que sostiene la confianza ciudadana.
Fundado el 17 de noviembre de 2016 tras la aprobación de la Ley 5.688, el Cuerpo de Bomberos de la Ciudad nació para reforzar el Sistema Integral de Seguridad Pública y asumir un rol central en casos de derrumbe, incendio, emergencias químicas y rescates complejos.
Hoy, casi una década después, ver el crecimiento estructural y humano de la institución me confirma que las políticas sostenidas en el tiempo realmente marcan la diferencia. Y también me hace valorar la entrega diaria de quienes, sin estridencias, se suben a un autobomba y salen a enfrentar lo que toque.
Mientras dejaba la Usina del Arte, pensé en que cada homenaje es también un recordatorio: vivir en una ciudad más segura es posible porque hay personas que eligieron cuidar a otras aun en los peores escenarios.
Y eso, más allá de estadísticas o discursos, es un acto profundo de humanidad que merece ser contado una y otra vez.


