
Un símbolo eterno se reinventa. El Obelisco porteño, ícono indiscutido de la Ciudad de Buenos Aires, abre por primera vez su cúspide al público: vecinos y vecinas ya pueden subir al mirador panorámico y disfrutar de una vista privilegiada a 67 metros de altura.
Con un ascensor recientemente instalado, la experiencia —que alguna vez fue solo un proyecto utópico— se convierte ahora en un atractivo turístico tangible, inclusivo y emocionante.
Este gran proyecto de ingeniería revaloriza uno de los símbolos porteños. El mirador panorámico es un nuevo atractivo turístico que cambiará la manera de ver nuestra Ciudad y su patrimonio, como en las grandes metrópolis del mundo, expresó con entusiasmo el jefe de Gobierno porteño, Jorge Macri, en el marco del lanzamiento de este esperado recorrido.
Durante el fin de semana largo, los primeros grupos de visitantes seleccionados por sorteo comenzaron a vivir la inédita experiencia de subir al mirador del Obelisco.
La convocatoria, organizada a través de la cuenta oficial de @baparticipacionciudadana, fue un éxito: más de 22 mil personas se inscribieron con la esperanza de ser parte de la historia.
Luego, se contactó por mail o teléfono a quienes habían resultado preseleccionados para confirmar su presencia.
El recorrido comienza en la Plaza de la República, donde se ubica la entrada especialmente acondicionada.
Luego de subir ocho escalones, se accede al nuevo ascensor interno —de última tecnología— sostenido mediante un sistema de anclajes, rodeado por una escalera metálica utilizada en casos de emergencia.
El viaje hasta la cima dura aproximadamente un minuto. Pero aún no se llega al final: se deben subir 35 escalones más para acceder a las cuatro ventanas que ofrecen una vista panorámica de 360° del centro porteño.
Desde ahí, se pueden ver las avenidas 9 de Julio, Corrientes, Diagonal Norte y más allá, las cúpulas históricas que recortan el cielo de Buenos Aires.
El proyecto no es nuevo. De hecho, el propio arquitecto Alberto Prebisch, autor del diseño original del Obelisco, había imaginado la instalación de un ascensor interno.
Así lo dejó plasmado en una carta enviada por el entonces intendente De Vedia y Mitre, con fecha del 4 de mayo de 1936, dirigida al doctor Ramón S. Castillo: “Existe el propósito de dotarlo de un ascensor interno que permita el acceso del pueblo a la cúspide del monumento”.
Sin embargo, el deseo permaneció pendiente por casi 90 años, hasta que, finalmente, se concretó gracias al trabajo conjunto del Ministerio de Espacio Público e Higiene Urbana, el Ente de Turismo y la Secretaría de Gobierno y Vínculo Ciudadano.
Cabe recordar que el Obelisco no solo es un emblema arquitectónico: es también Monumento Histórico Nacional desde 1997, por lo que las intervenciones deben ser respetuosas de su estructura original.
Cuando fue construido en 1936, con motivo del cuarto centenario de la fundación de Buenos Aires por Pedro de Mendoza, el Obelisco estaba revestido en lajas de piedra blanca calcárea provenientes de Córdoba.
Sin embargo, en 1939 se reemplazaron por revoque, luego de que varias piezas se desprendieran, generando peligro para los transeúntes.
Con sus 67,5 metros de altura y una base de 6,8 metros por lado, el Obelisco se alza en el cruce de dos de las avenidas más transitadas del país.
Hasta ahora, su interior había permanecido cerrado al público y su acceso se reservaba exclusivamente para tareas de mantenimiento.
Esta nueva apertura no solo pone en valor su función simbólica, sino que suma un atractivo turístico de primer nivel, en línea con lo que ocurre en otras capitales del mundo como París con la Torre Eiffel o Nueva York con el Empire State Building.
La obra del ascensor —que demandó una minuciosa labor de ingeniería y conservación— se terminó hace pocos días. Actualmente, se está trabajando en la restauración y pintura exterior del monumento, lo que contribuirá aún más a revitalizar su presencia en el paisaje urbano.
Mientras tanto, el acceso al mirador se realiza en visitas organizadas y con cupos limitados para preservar la estructura y garantizar una experiencia segura.
Como periodista y vecino de esta ciudad que tantas veces caminé por la 9 de Julio sin imaginar que algún día estaría ahí arriba, puedo asegurar que la vista desde el mirador del Obelisco conmueve.
No se trata solo de mirar desde lo alto: es una forma de reencontrarse con Buenos Aires desde otra perspectiva, de dimensionar su belleza, sus contrastes y su energía. Desde esa altura, uno siente que la ciudad, con toda su historia y su caos, también puede ser poesía.
En tiempos donde tanto se discute sobre qué ciudad queremos, esta apertura al público del Obelisco es una señal de algo más profundo: la decisión de volver accesibles los símbolos, de hacer que lo que parecía intocable hoy esté al alcance de todos. Y aunque dure un minuto, ese viaje hacia la cima deja una huella imborrable.
Pero para comprender el verdadero impacto de este proyecto, es necesario volver sobre la historia del Obelisco, ese gigante de cemento que se ha convertido en emblema de la Ciudad. Diseñado por el reconocido arquitecto Alberto Prebisch, fue construido en 1936 para conmemorar el cuarto centenario de la primera fundación de Buenos Aires por Pedro de Mendoza.
La obra, encomendada a la empresa alemana GEOPÉ – Siemens Bauunion, se completó en apenas 31 días, un récord absoluto para la época. Desde entonces, su silueta se alza sobre el cruce de las avenidas 9 de Julio y Corrientes como un faro urbano que simboliza el corazón de la capital.
Con sus 67,5 metros de altura y una base cuadrada de 6,8 metros por lado, el Obelisco está hueco por dentro y cuenta con una escalera caracol de 206 escalones, que hasta ahora solo era utilizada por personal técnico para tareas de mantenimiento.
Su revestimiento original, de lajas de piedra calcárea blanca provenientes de Córdoba, fue reemplazado en 1939 por revoque, luego de que varias piezas comenzaran a desprenderse, representando un peligro para los transeúntes.
El monumento fue blanco de críticas en sus primeros años: algunos sectores consideraban que su estilo racionalista era “frío” y “poco representativo” de la identidad porteña.
Incluso, en 1938, el Concejo Deliberante votó su demolición, una decisión que finalmente fue vetada por el entonces intendente Arturo Goyeneche, quien entendió que estaba frente a una obra con un potencial simbólico inmenso.
El tiempo le dio la razón: hoy el Obelisco es una marca registrada de Buenos Aires, escenario habitual de celebraciones deportivas, actos culturales y manifestaciones sociales.
Fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1997, lo que implica una protección especial que impide alteraciones que comprometan su integridad estructural o estética.
Curiosamente, el proyecto de incluir un ascensor en su interior ya figuraba en los planes originales. En una carta del 4 de mayo de 1936, dirigida al Ministerio del Interior, el entonces intendente De Vedia y Mitre expresaba su deseo de que el monumento contara con un medio de elevación para que “el pueblo acceda a la cúspide”.
Esa intención permaneció archivada durante casi nueve décadas, hasta que finalmente se concretó en este 2025, mediante un desarrollo técnico que respetó la estructura histórica y agregó valor sin alterar su carácter.
La apertura del mirador no solo ofrece una vista inigualable, sino que también representa un gesto simbólico de apertura del patrimonio al ciudadano común, que por décadas solo podía mirar el Obelisco desde abajo. Ahora, por primera vez, el interior también forma parte de la experiencia urbana.
La entrada Más de 22 mil personas se inscribieron para subir al ícono porteño se publicó primero en Noticias Vecinales.